Recuerdo aquella mañana, la vi pasar por la puerta de aquel salón. Jamás había notado tal belleza en una mujer hasta ese día. Recuerdo que yo tenía 16, ella también, cabello castaño rizado, ojos café, no sabía su nombre. Debía saberlo.
Me sentaba todas las mañanas en el mismo lugar, solo para verla. Yo moría por ella, ella no sabía quien era yo. Un amigo en común se enteró de lo que me ocurría y nos presentó. Ella nunca supo lo que yo sentía. Era la primera vez que experimentaba algo así y no supe que hacer
Luego conocí a Cristina. Rubia, ojos claros, universitaria igual a mí, solo que un poco más avanzada. Ella 20 y yo 17, siempre me pregunté que hacía ella con alguien como yo, aunque la verdad, teníamos mucho en común. La amé como a nadie había amado, sentía que daba la vida por la relación. Ella me enseñó todo lo que yo debía saber sobre el amor y cómo hacerlo. Una tarde, su ex había regresado con el arrepentimiento en los ojos. Yo, un pichón saliendo de su cáscara no tenía nada que ofrecerle.
Jure más nunca enamorarme, no podría soportar algo así de nuevo. Esa sensación de adolescente enamorado por la que todos pasamos, creí que jamás volvería.
Hace dos semanas, te miré a los ojos y vi a alguien que no conocía, a pesar de que crecí contigo. Fue como amor a primera vista, un poco diferente al parecer. La sensación fue igual a la que siente una niña con Barbie nueva, o la de un niño con monopatín. Lástima que a mis padres deba decirle que eres una amiga más. Mi madre moriría si le digo que, aquella con quien jugué muñecas y le enseñé a maquillarse, se ha convertido en el amor de mi vida.
Una crónica para la universidad.